Críticas

Críticas

La documentalista Mariana Arruti presenta su segundo documental tras la exhaustiva y celebrada Trelew.

Esta vez, el relato se torna mucho más personal, sentimental; sin abandonar el tono investigativo de su anterior trabajo.

Es que Mariana decide en El Padre investigar sobre su propio pasado, sobre esa parte de sus recuerdos que no sabe hasta qué punto son veraces.

El recuerdo de una caminata en la playa, una historia contada sobre ese padre que a partir de ahí no está, y las dudas.

De modo similar a Grace Spinelli, protagonista de Beirut Buenos Aires Beirut, Arruti debe armar un rompecabezas sobre los baches que no cierran, sobre esa versión de una muerte en un accidente.

Para la “tarea”, indagará a los conocidos, tomará archivos de diferentes fuentes, y recurrirá a la ficcionalización en base a las certezas.

Se trata de romper con los silencios, de hablar de lo que no se quiere hablar, sobre todo, por el dolor que conlleva.

Juan Arruti era militante, y fue una de las tantas víctimas de la etapa más oscura de este país.  

Se ha hablado mucho de la última dictadura militar argentina y su etapa previa, más aún en el terreno documental. Sin embargo, sigue pareciendo una cuestión inagotable e inabarcable.

El Padre opta por la singularidad, lo puntual de un caso particular. Pero para quienes los efectos de la época nos tocan de cerca – y para quienes tengan conciencia social en general – la identificación y la apertura hacia lo macro es inmediata.

Tal como lo hacía en Trelew, la cineasta maneja una veta del relato atrapante, imprime un halo de misterio, esta vez tamizado por una emtividad a flor de piel. Es imposible no ponernos en su lugar y transitar su camino.

Las ficcionalizaciones serán un gran aporte, no solo para otorgarle originalidad, también para adentrarse en la profundidad de los subjetivo.

Muchas veces, los documentales que incluyen segmentos ficcionalizados parecieran empantanarse en esos tramos. Como si hubiese una necesidad de apoyarse en la representación ficcional para subrayar o dar un contexto que el material documental no pudiese entregar por sí solo. No es el caso de El Padre.

No solamente la directora manea a la perfección estos tramos como si fuesen reales viñetas de su pasado, y el de su padre, reconstruidos; sino que resultan un complemento orgánicamente ensamblado con las entrevistas y el archivo.

Se cuenta el pasado de Juan en una tonalidad de blancos, negros, y sobre todo grises; y el pasado de Mariana, a color, pero con ese tono cuasi sepia típico de una Polaroid o una cámara de cubos de flash ¿Es ese el tono de un recuerdo construido en imágenes?

En sus escasos setenta y dos minutos la historia fluye por sí sola, más allá de que en determinado momento el tono cambio a una investigación más íntegra sobre la época. Nunca abandona al espectador y es explicativo sin necesidad de ser didáctico.

Quizás haya algunos tramos en que se necesite contar con algún conocimiento previo de nuestra historia; quizás resulte incomprensible que alguien que habita este país desconozca determinados hechos.

El Padre ingresa dentro de los mejores documentales sobre la época que retrata. Su punto de vista tan personal, y por lo tanto único, lo convierte en un testimonio tan insoslayable como incuestionable. Hay que abrazarse y dejarse llevar, permitir que esas lágrimas liberadoras surjan; que no conducen al olvido, por el contrario, sirven como homenaje vivo en carne viva.

Todos tenemos derecho a conocer nuestros orígenes, nuestro pasado, trabajos como El Padre son un ejemplo de eso.

Anexo de Crítica por Rolando Gallego

¿Cómo se pueden construir a partir de la evocación del recuerdo de una imagen la corporeidad de alguien que nunca se conoció? ¿Cómo se logra atravesar un proceso de duelo desde una mentira que lo funda y que a la vez lo niega? ¿Cuánto tiempo se puede sostener una fachada por vergüenza y replicarla hasta el hartazgo para convertirla en una verdad?

La directora Mariana Arruti (“Trelew”) logra plasmar a partir del relato de sus propias memorias, o de la recreación de las mismas, en la convicción de ellas, una historia desgarradora sobre algo fundante que termina por revelarse ante su investigación como mentira y falsificación de todo.

Trabajando con algunas ideas que le fueron transmitidas oralmente en su familia, y otras que creyó verdaderas durante mucho tiempo, “El Padre” (Argentina, 2016), su nuevo proyecto documental, se presenta como una suerte de catarsis personal, que intenta, además, universalizar ciertas ideas sobre la desaparición forzada de personas durante la última dictadura cívico militar en Argentina.

Pero “El Padre” no es sólo eso, es mucho más, porque no quiere detenerse sólo en un momento, sino que busca, explicaciones, también sobre el proceso previo y posterior en el que continuaron las macabras acciones contra aquellos que se oponían al régimen.

La directora decide cristalizar sus pensamientos con una narración tradicional en la que la multiplicidad de elementos, la profusión de significantes, y la elasticidad con la que maneja la imagen, proponen desde su relato, una mirada particular sobre un momento siniestro de su historia y de la de todos.

Porque la casuística no es reforzada sobre su la ausencia de su progenitor, al contrario, su narración bucea en la memoria personal para universalizar el dolor, y desde esa expansión se termina por configurar un espacio en el que la evocación consolida las ideas con las que trabaja.

Arruti habla con familiares, conocidos, empleados de sus padres, para, encontrar en la pesquisa la información que de alguna manera, le permita recuperar, aunque sea en palabras, a aquel señor que nunca conoció.

La recreación de viñetas en Super 8, la utilización del blanco y negro como ejercicio para potenciar ausencias, la recuperación de solicitadas y documentos históricos y periodísticos, y, principalmente la voz en off como dirección hacia la revelación que termine por constituir en parte, una identidad doblegada por una mentira, hacen que el filme reafirme su razón de ser.

Si por momentos el clasicismo del relato resiente su propuesta, en la reiteración de imágenes e impresiones personales, se recupera una vez más la figura de alguien que nunca tuvo la posibilidad de terminar plasmado en su descendencia.

Las ideas se desprenden, el impacto de la ausencia es notorio, pero una emotiva escena final, en la que una grabación de audio devuelve, al menos, un vínculo, y ya no un cuerpo, terminan por solidificar una suerte de ejercicio fílmico terapéutico en un como un válida propuesta sobre la etapa más oscura de nuestra historia y de la de Arruti personal.

Fuente: El espectador avanzado

El Padre

Estreno 22 de Septiembre de 2016