Críticas

Críticas

Durante la década del setenta se le quiso hacer creer a la población argentina que el silencio era salud. Detrás de este slogan se trataron de ocultar un sinfín de tragedias y miserias.

Mariana Arruti, directora de El Padre, no recuerda nada sobre el suyo, cuando él murió, ella era muy pequeña. Esther y Mario -jefe de su madre ingeniera- cooperaron con su crianza, mientras la mujer, un tanto ausente, atravesaba la pérdida. Arruti creció en medio de la confusión, sin que nadie le explique bien qué fue lo que sucedió y aceptando la clausura del tema: una muerte en las vías del tren en Avellaneda y punto.

A partir de apelar a imágenes ficcionalizadas, en blanco y negro, la realizadora construye los recuerdos que no tiene: los de la infancia de su padre y los de la suya junto a él. Arruti les da una forma y los aúna a partir de los relatos de su madre, sus primos, sus tíos y los compañeros de militancia de él. Todos le preguntan lo mismo: “¿no te acordás de nada?”, “de nada”, afirma ella. Pero ellos, por primera vez, están dispuestos a ayudar a solucionar ese hueco en su historia.

El 13 de septiembre de 1973, el cuerpo de Juan Arruti apareció destrozado. Boris, el tío de Mariana fue uno de los encargados de ir hasta una comisaría de Lanús Oeste a reconocerlo. El acta de defunción no nombraba un accidente sino que se declaraba que había sido encontrado al costado del tren de carga. Él sabía que no lo había sido, pero optó por callar, puesto que ya todo era demasiado doloroso.

“Me acostumbré a esperar, a no preguntar. Crecí sin saber quién era mi padre”, afirma la directora de Trelew. A través de viajes a la zona sur del Gran Buenos Aires, y por Monte Hermoso -donde solían veranear en familia- la mujer va a la búsqueda de una respuesta, de un cierre, de saber quién y cómo era su progenitor, ese que ve en las fotografías pero de quien todo ignora.

Juan Arruti -a quien alguno recuerda como un Marlon Brando nacional y otro como una especie de Che Guevara- militaba en el Partido Comunista y simpatizaba con la Revolución Cubana. Mientras trabajaba como albañil, el hombre intentaba convencer a sus compañeros de la necesidad de replantearse su rol en la sociedad, de pensar en esas obras que hacían para la clase dominante. Junto a otros miembros, repartía panfletos, realizaba pintadas, daba discursos, era perseguido, caía preso con su hermano en la cárcel de General Dorrego. La época en que fallece no es un dato menor: dos meses después de la Masacre de Ezeiza, con la AAA en plena actividad y la izquierda como su principal enemigo.

La carencia de recuerdos de la directora va en el mismo sentido que la omisión de sus entrevistados -quienes, por temor o dolor, prefirieron callar por tantas décadas- y a la crianza en una casa donde no se habló nunca más de su figura.

Las fotos de Arruti-padre, algunos documentos y una cinta de sonido casera, reconstruyen una parte de la representación de la hija, pero hay otra que permanece incompleta. Detrás del impulso de averiguar cómo era el hombre, hay una necesidad de saber cómo era su risa, su personalidad, y, sobre todo, algo que explique por qué hay distintas versiones de una misma muerte. En el intento por responder, los entrevistados se quiebran para demostrar que Arruti-hija no fue la única imposibilitada de elaborar su duelo, sino que también atañe a los cómplices del silencio.

En esta especie de patchwork –unión de parches- autobiográfico, la directora llega a destino juntando diferentes materiales ficcionales y testimoniales para dar como resultado una verdad que siempre quedará incompleta, pero donde algunos silencios, al menos, encuentran una voz y una respuesta.

Fuente: Cinemasonor

El Padre

Estreno 22 de Septiembre de 2016